Todavía ocurre que cuando te preguntan a qué te dedicas, y respondes “
soy psicólogo” le falta tiempo a alguien a decir “¡No me psicoanalices!, ¿eh?”, respuesta que me sigue resultando divertida, ya que parece que poseamos habilidades más cercanas a la adivinación propia de los
médiums que tristemente pueblan la televisión nocturna, que a las técnicas terapéuticas convencionales con las que trabajamos. Al fin y al cabo es deber de los propios psicólogos hacer llegar “al gran público” una idea más amplia de la psicología que la que ha difundido Woddy Allen, donde el diván y los traumas infantiles no resueltos estaban siempre presentes.
Pero hay una frase, menos habitual que la anterior por suerte, que no me resulta tan graciosa de oír y que, cuando alguien la comenta, me niego a pronunciarme: Yo no creo en la psicología
Cuando la oigo me entra una curiosidad enorme por conocer el sistema de creencias que configura la vida de mi interlocutor donde, por excusarlo un poco, pienso en cuánto daño están haciendo todas esas “disciplinas” que la gente confunde con psicología.